Al ver el movimiento de un hombre con su cámara o de una cámara con su hombre, presenciamos los movimientos propios de la cacería. Se trata del antiguo acto del cazador paleolítico en la tundra. La diferencia consiste en que el fotógrafo no lleva a cabo su persecución entre pastizales abiertos, sino en un denso bosque de objetos culturales, y en que los diferentes senderos de su cacería están formados por esta su taiga artificial. Los obstáculos de la cultura, la condición cultural, informan el acto fotográfico, y como tesis será posible descifrarlo a partir de las fotografías.
Mientras anda de cacería, el fotógrafo se mueve de una categoría espacio-tiempo a otra, y las combina durante la acción. Su cacería es un juego que consiste en combinar las categorías espacio-tiempo de la cámara, y lo que vemos cuando miramos la fotografía es precisamente la estructura de este juego, no la estructura de la condición cultural del fotógrafo por lo menos no inmediatamente.
Básicamente, el fotógrafo en el sentido mas estricto propuesto, trata de establecer situaciones que no han existido: no busca situaciones en el mundo exterior: ese mundo no es sino el pretexto para establecer las situaciones improbables propuestas. El fotógrafo las busca no allá afuera sino dentro de las virtualidades contenidas en el programa de la cámara. En ese sentido, la distinción tradicional entre realismo e idealismo es superada por la fotografía: el mundo exterior no es lo real; tampoco los conceptos internos del programa del aparato; lo real es la imagen tal cual. El mundo y el programa del aparato no son más que premisas para la realización de las fotografías; son virtualidades que tienen que realizarse en la fotografía. Lo que tenemos, entonces, es una inversión del vector de significación: no es lo real lo significado, sino lo significante, la información, el símbolo. Esta inversión del factor de significación caracteriza todo lo que se relaciona con los aparatos, y por tanto, con la pos industria en general.
Las fotografías, tal y como las vemos en todos lados, son el producto del acto fotográfico. Una deliberación del acto fotográfico servirá entonces como introducción a esas superficies omnipotentes.
Las fotografías son omnipresentes: están en álbumes, revistas, libros, aparadores, carteles, latas, papel para envoltura, cajas y tarjetas postales.
El observador ingenuo admite tácitamente que puede ver el mundo a través de las fotografías; esto implica que el mundo de las fotografías es congruente con el mundo “exterior”. Por su puesto, esta es una filosofía rudimentaria de la fotografía. Pero ¿puede ser sostenida? El observador ingenuo ve situaciones de color y blanco/negro en el universo fotográfico; pero, ¿hay situaciones de color y blanco/negro equivalentes en el mundo “exterior”? Y si no, ¿Cómo se relaciona con el mundo el universo fotográfico? Con este tipo de preguntas, el observador ingenuo se encuentra frente a la misma filosofía de la fotografía que intenta evitar.
En resumen, las fotografías, como todas las imágenes técnicas, son conceptos transcodificados en situaciones; conceptos manifiestos tanto en las intenciones del fotógrafo como en ele programa de los aparatos. Esto demuestra que la tarea de la crítica fotográfica consiste en descifrar aquellas codificaciones mutuamente relacionadas de cada fotografía. El fotógrafo codifica sus conceptos en fotografías y a través de ellas, las cuales informan después de otras, sirven de modelos para otras, y hacen inmortal al fotógrafo en la memoria de otros. La cámara codifica los conceptos contenidos en su programa en y a través de las fotografías, las cuales intentan entonces programar a la sociedad como un mecanismo retro alimentador cuyo fin es el futuro mejoramiento del programa. Cuando la critica fotográfica logra comprender estas dos intenciones contenidas en cada fotografía, pero puede considerarse que el mensaje fotográfico ha sido descifrado. Pero mientras la critica fotográfica fracase en esto, las fotografías permanecerán indescifradas y mantendrán su apariencia de situaciones del mundo “exterior”, las cuales parecen haberse impreso “por si mismas” sobre una superficie. Si se permitiera aceptar a las fotografías de manera acrítica, ellas servirían perfectamente a su propio fin: programarían ala sociedad para una conducta mágica ala servicio de las funciones de los aparatos.